El ultimo día que fui a la universidad no sabía que sería el último día que iba a salir más allá del patio de mi casa.
A la distancia sólo recuerdo la tarde de aquel día, pero no la mañana, pero tal vez fue como todas las mañanas sin ninguna novedad. Por otro lado, la tarde la recuerdo bien porque era mi primera semana de servicio social en la Casa Universitaria del Libro, así que al terminar mi última clase salí sin detenerme para llegar a las 2:00 pm a la colonia Roma, a una cuadra de la glorieta de los insurgentes. El regreso a mi casa fue lento y agotador, como suelen ser los traslados de la CDMX al Estado de México: a las 6:30 pm, y justo cuando creí llegar a acostumbrarme a la nueva rutina, esta tomó otra dirección.
Van 42 días desde que dejé de salir al exterior, bueno, excepto por una vez que salí para visitar rápidamente a mis abuelitos con todas las medidas de precaución. Durante estos días he pasado por diversas formas de pensar y he tomado posturas diferentes en torno al fenómeno Coronavirus, que a final de cuentas me han traído importantes reflexiones. Otras veces, por ejemplo, dejo de pensar y me concentro en lo que me divierte, y paso página por lo complejo y abrumador que es la situación (en esos momentos es cuando me alejo de las circunstancias y no emito ninguna opinión). Pero después de todo lo retomo y con la cabeza más “fría” lo reflexiono y de nuevo sin emitir un juicio de valor público.
Sin lugar a duda es impresionante el fenómeno que estamos viviendo, no solo es un problema de salud, ni político, y mucho menos económico: es social, nuestras sociedades están siendo golpeadas por un enemigo invisible, reconfigurando nuestro papel en el mundo y exponiendo los problemas y deficiencias que tenemos como sociedad del siglo XXI. En el caso de México los colores y matices configuran un escenario contradictorio por sus actores principales, tanto oportunos como accidentados.
Tengo 22 años, no he tenido mucha experiencia en situaciones sociales difíciles (excepto el terremoto de 2017) no sé lo que fue padecer al mudarme de un pueblo a la ciudad como lo hicieron mis abuelitos en los sesenta, no sé que fue vivir una crisis económica o represiones violentas en las movilizaciones; pero ni las personas más adultas habían vivido algo como esto. Mi abuelita el otro día me dijo que nunca había vivido algo así en sus 80 años de vida. Lo que sí sabe es la situación que retratan en televisión, sabe que es un virus y se debe cuidar por ser un grupo vulnerable; también sabe la situación de los hospitales y el riesgo al que se expone su hija, que trabaja como enfermera en uno de ellos.
Pero así como ella existen miles de hogares en México que tienen familiares en el sector salud y salen todos los días exponiendo su vida y la de sus seres queridos, que aunque es su trabajo, no están exentos de ser contagiados poniendo en riesgos sus vidas.
Mis días transcurren en casa, con mi familia, mis papás van a trabajar algunos días a la semana y mi hermana, al igual que yo hace tareas desde casa y toma clases en diversas plataformas de videollamada. La realidad es que somos “afortunados” al tomar las clases de este modo y hasta del nivel educativo (universidad), porque mi papá platica que en la casa hogar donde trabaja, los niños viven un estrés muy marcado por la cantidad excesiva de tarea que les dejan hacer y que además no toman clases en línea. Y no es que los planes de estudios tengan contemplada una pandemia, pero es sentido común lo que deben de impulsar los profesores.
La situación yo la llevo bien dentro de lo posible, hago mis tareas, tomo mis clases, veo documentales, incluso alguna serie, leo libros que me asignan en la universidad o libros que no había podido darles ni una hojeada, además realizo mi servicio social desde casa. Mi rutina la tuve que configurar, no soy el único, pero en redes sociales veo a muchos compañeros mostrar su inconformidad y estrés, al igual que pensamientos profundos en sus reflexiones en los que noto vulnerabilidad. Sin duda cada quien reacciona a los hechos de acuerdo a su constructo acompañándolo con su formación.
Lo que resta de la cuarentena no será fácil para ninguno, pero creo que estamos un poco más conscientes de la situación. Mi mamá me dice que en la calle todos llevan su cubrebocas y que la hora donde hay más gente es alrededor de las 3 a las 4 de la tarde, supongo que por la hora de la comida. También percibo que la confianza en las autoridades sanitarias es mayor que cuando inició la pandemia (aunque el papel de los medios vuelve a decepcionar y son pocos los que hacen trabajo de calidad/a la altura de la situación).
Creo que para todos está siendo una lección de vida en todos los aspectos, porque hasta el que se rehusaba usar la tecnología la está usando para su trabajo o comunicarse con su familia. Todo un aprendizaje para posteriores años y que sin duda cambará nuestra percepción de muchas cosas.
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